30 ago 2009

En la tierra de Nunca Quizás. Libro 1º. La Nación de Goig... 2


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3.2. Un guía para la esperanza: De cómo Teresa escogió de entre muchos a aquel que debía guiarla en su viaje al reencuentro.


Ahora sí salieron de la estación. Al hacerlo se dieron cuenta del porqué desde que llegaron sólo había pisado arena playera: el tren les había llevado hasta la misma playa.
¡Qué hermoso paisaje! A su izquierda un bosque de pinos y encinas calzaba zapatos verde hierba, pisando la tierra hasta que se encontraba con la arena. Una arena reluciente de grano grande y multicolor alfombraba el vestíbulo para la recepción del poderoso mar. Éste llegaba hoy despacioso, en una ceremonia donde las olas restaban un poco más de lo justo para saludar la tierra. Adentro, un azul diáfano bailaba al son de las corrientes con aquellas verdes tonalidades que en los zafiros relucen.
La playa estaba llena de figuras: hombres y mujeres, mujeres y hombres vestidos de negro permanecían de pie, inmóviles, con los pies medio separados y los brazos en la espalda invitando a una mano a estrechar dos dedos de la otra…
A Teresa, ahora sí, se le disparó el corazón: sus latidos marcaron un ritmo veloz como si quisieran adelantar el tiempo que faltaba hasta EL ENCUENTRO. ¿Iba a encontrar a su Guía? ¿Existía? ¿La iba a aceptar?
Aina se puso delante de la comitiva y, cerrándoles el paso, se giró y habló:

-Bien… Estamos aquí… Intentad no estar muy nerviosos, ¿vale? Aunque es muy normal que lo estéis. Estamos en esta playa pues en ella se da una luz muy especial. A través de una combinación de reflejos, destellos y sombras que nunca nos hemos preocupado de querer comprender la luz solar se concentra en esta playa en iluminar particularmente los ojos de las personas que en ella entramos. Ya sabéis, como se dice: “La mirada es el espejo del alma”…
Entrad sin programaros de ninguna forma, dejaros llevar por vuestras sensaciones. No os dejéis llevar por la primera impresión, aunque muy probablemente pueda ser la definitiva. Vuestro guía no tiene porqué ser del sexo opuesto al vuestro, ni debe tener forzosamente vuestro color de piel, o ser más alto o más bajo… No os fijéis en los cuerpos, por favor, centraros en sus ojos. Allí y sólo allí encontraréis, si la hay, la conexión que os debe unir… Para presentar vuestra candidatura a un Guía os debéis situar delante y adoptar su misma pose. Sabéis que dos personas o más pueden optar por el mismo guía. Así, el ritual de “Conexión” no empezará hasta que todo el mundo esté apostado ante su elección. Sabréis que el Guía ha aceptado vuestra candidatura si extiende sus brazos y os convida a tomar sus manos. Recordad que el Guía elegido puede decidir que os equivocáis en la distinción y rechazar vuestra oferta. Yo me quedo aquí, esperando a los que no encontréis hoy vuestro guía para acompañaros al tren. De los demás me despido ya: Hasta muy pronto… Una vez estéis conectados a un Guía él o ella será quién os acompañe durante, al menos, quince días… Pero seguro que nos veremos.
Adelante, pues, que la Paz os acompañe…

Teresa entró en la playa junto con todos los viajeros, Volvía a estar extrañamente tranquila. Aunque no encontrara finalmente a su Guía, ¡había aprendido tantas cosas!
Sin mediar orden de nadie se quitó los zapatos y los dejó al lado, en la hierba. Quería andar descalza, necesitaba sentirse conectada con la naturaleza y esa era una manera más que válida para conseguirlo.
No sabía hacia donde ir pero tampoco quería saberlo. Se dejó llevar por sus pasos. Iba acercándose uno a uno, o a una, a cada Guía y se quedaba un momento dejando que las miradas se cruzaran. No iba a ser fácil, no estaba encontrando una sola mirada que no brillara, que no inspirara confianza, que no fuera limpia y cálida…
La playa estaba muy llena y era difícil caminar sin chocar con nadie. Habría unas… ¡Qué más daba! ¿Se iba a poner ahora a contar? Debía abstraerse de cualquier distracción e ir a lo suyo, a lo verdaderamente esencial.
Se dio cuenta enseguida. Sí, al instante. Aunque no quiso finiquitar aun la búsqueda y siguió paseando ya no pudo embeber armónicamente su visión con otras retinas. Esos ojos, Dios, nunca había tenido esa sensación con nadie… Esos ojos le habían sonreído… Eran de color caramelo, grandes y preciosos, con unas pestañas que parecían flecos de tapices persas… Pero nada de eso era trascendente… Teresa giró sus pasos y volvió a buscarlos… No, no estaba errada: esa mirada la estaba sonriendo… Teresa no necesitaba más: de pie, delante de ese mágico recibimiento, escondió sus brazos a la espalda e invitó a una mano a estrechar dos dedos de la otra. Había presentado su candidatura.
Cuando miras fijamente a los ojos de alguien todo lo demás, el entorno de lo que importa, de tu centro visual, aparece como borroso pero perceptible. Mientras esperaba a que los demás terminaran su ronda de escrutinios Teresa no dejó ni un momento de alimentarse de la complicidad que esos ojos la ofrecían, pero no pudo desconectar totalmente su curiosidad por los marcos de tan cálido cuadro…
Se trataba de un hombre bastante alto, delgado pero de complexión fuerte. Parecía mayor que ella, pero no demasiado. Era o había sido moreno: sus cabellos negros azabache brillaban ya con centellas algodonadas por la edad. Espesas cejas parecían marcar una personalidad importante y su nariz, sin ser helénica, no destacaba por ser nada más que normal. Sus labios, uf, dibujaban unas formas y una contextura que… Una tentadora cortina de seda tejida con ternura que debía esconder un beso, unos besos de ensueño…
Teresa no pudo evitar sonreírse… “Anda, que el sol me está dando más debajo de los ojos…” Siempre fue una mujer apasionada pero, en esos momentos tan importantes de su vida, mira que pensar en besos… Entonces se dio cuenta: ya no sólo eran los ojos de su presunto Guía…, en su boca se dibujaba también una sonrisa. Y Teresa se sonrojó…

-La ronda de presentaciones ha concluido- La voz de Aina resonó tal como si hubiera hablado por megafonía- Os ruego a los Guías que respondáis a las candidaturas.

No era seguridad, tampoco presunción, pero Teresa sabía lo que iba a pasar, tenía muy claro que la Conexión se había establecido ya…
Y así fue: el Guía extendió los brazos y ofreció sus manos. Teresa, sin dudarlo, se las tomó.

CONTINUA


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