15 ago 2010

Una boda, ¿un contrato de amor?

REPOSICIÓN



Una boda, un contrato de amor: "¿Hasta que la muerte nos separe?"
(del libro "A la luna, a ti, mi cielo, y a mis queridas estrellas")

Cuando te casas firmas un contrato en el cual se suscriben muchas promesas: amarás, respetarás, en la penuria y en el bienestar… Hay una, pero, que parece que resuena especialmente en nuestra mente y a muchos se les queda grabada con fuego como una condición irrevocable: hasta que la muerte nos separe… Nos parece que contraemos un pacto con la vida y no es así, ¿verdad? O al menos no debería ser… Uno se casa por amor y con el amor apalabra su futuro, ¡solo con el amor! Yo sugeriría que a la citada sentencia se le añadiera por ley un pequeño añadido: hasta que la muerte o el desamor nos separen… Claro que, valorando la apuesta inapelable que hace la Iglesia por la indisolubilidad del matrimonio no creo que nada pudiera conseguir.
Y es que esa frase trae más tela de la en principio puede parecer… Por un lado tenemos aquellos, con perdón, estúpidos botarates que se toman al pie de la letra lo registrado y cuando su pareja les suelta que se acabó, que ya no les aman, reclaman su derecho a la alianza para siempre y responden con un violento finiquito: ¿quieres separarte?, ¡pues muérete! Ante eso la sociedad responde siempre con contundente condena, pero en el fondo en muchos casos acaba siendo más una pose que una convicción éticamente firme… Quién no a oído alguna vez a alguien comentar ante su cónyuge y los amigos, en plan informal pero con dejos de amenaza: “¡Si a mi me hace eso la/lo mato!” ¿Y “eso”? ¿Qué es eso tan terrible? ¿Dejar a la pareja por que te enamoraste de otro? ¿Dejar a “tu media vida” porque ya no soportas la convivencia con ella?
En el fondo, si lo pensamos, en la mente de mucha gente se inscribe la palabra “traición” cuando alguien decide, acompañado o no, romper el pretendido eterno compromiso para iniciar una nueva historia. Mil argumentos pueden defender esa visión: “el otro se queda destrozado”, “¿Qué pasa con el tiempo invertido?”, “con esfuerzo todo se puede arreglar”, “para los hijos va a ser terrible”,… Pero yo creo que detrás de esa presunción de ingrato delito en muchos se oculta el miedo. Sí, el miedo a saber que en verdad puede haber otra vida detrás de la que se está asumiendo, el miedo a que otros constaten que en el vivir debe esconderse algo bastante más sólido y puro que la sencilla y a menudo costosa subsistencia. Realmente, si nos paramos a reflexionar, nunca habremos oído frases de esas, de esas que aseguran la pertenencia y condenan la rotura, en boca de parejas que viven y disfrutan el amor como realmente se merece… Curioso, ¿verdad? Parece que cuanto menos consistente es el enlace emocional que une a un hombre con una mujer más se pretende asegurar la propiedad y fortalecer el control… Las formas suelen ser múltiples y muy diversas y todos las hemos visto desarrollar alguna vez, seguro: el fomentar la dependencia económica, el degradar a la pareja para que se sienta incapaz de andar sola, la amenaza sostenida, la compra de objetos deseados por el otro para que apacigüen su sed de búsqueda en otros parajes, el uso de la pena que invita a la culpabilidad (“si me dejas me muero…”),…
En verdad da que pensar… Aunque si le buscamos una lógica nos será sencillo encontrarla: a aquello que tememos perder, o que nos roben, lo encerramos bajo llave y a aquello que concebimos como inconsistente o frágil lo atornillamos donde haga falta para que no se caiga… Claro que, no estamos hablando de objetos, ¿verdad? Nos referimos a una persona que se supone que nos ama y a la cual también debería darse por sentado que amamos… I si es así, ¿donde se encabe el miedo a la perdida o a la sustracción? ¿Quién demonios se inventó que el amor puede ser endeble o fácilmente quebradizo?
No y mil veces no. Si realmente amamos y nos aman no precisamos controlar ni que nos controlen pues en ese sentimiento se graban siempre la confianza y el respeto. En el hogar donde se respira el amor no hace falta cerrar puertas ya que nadie en su sano juicio querrá escaparse. La pareja que se ama de verdad vive bajo un seguro y sólido techo y no precisa vivir pendiente de que las grietas puedan derribar las columnas donde se amarra su unión, pues amando nos proveemos de los útiles y materiales necesarios para repararlas. El amor fortalece, el desamor debilita y aquellos que intentan protegerse con tretas de la irreversible inestabilidad de una alianza emocional deberían darse cuenta que no persiguen la salvación de lo que se percibe como acabado sino que intentan disfrazar una verdad que en el fondo les asusta terriblemente.
De la misma manera podemos preguntarnos si el sentido natural de pertenencia que el amor conlleva se puede confundir con la percepción de propiedad que muchos acaban teniendo. Yo siento a los que amo como propios, los integro en mi vida y los acojo en mi corazón y acaban irremediablemente formando parte de mí. ¿Supone eso que pueda sentirlos como un patrimonio exclusivo? ¿Supone acaso el hecho de amarlos la concesión del derecho de poseerlos de por vida? No debería… Con mis propiedades materiales suelo poder disponer el uso y disfrute según la carta donde se inscriben mis intereses, el sentido de posesión me obsequia con el derecho a la utilización, a la manipulación, al control, a la guarda y custodia, a… Pero mi pareja, mis hijos, aquellos a los que amo de verdad no son ni pueden ser considerados de la misma forma, ¿verdad? Estamos hablando de personas con alma propia, con su raciocinio y su manera de conducir sus emociones, con sus necesidades, con sus afanes y sus gustos y disgustos… Nunca, por mucho que los amemos y nos amen, serán nuestros. Nunca podrán ser ni serán nuestra propiedad, una posesión más… Su vida es suya y su camino se trazará paralelo al nuestro mientras a ellos y a nosotros nos sea emocionalmente rentable… ¿Dónde está el límite? Si lo piensas viene a ser muy fácil entenderlo: una cosa es que yo te sienta mía y la otra, muy diferente, es que yo piense que eres mía. Ese sentimiento viene a ser algo precioso… Esa creencia puede ser algo muy peligroso…

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